También ‑‑continuó‑ estoy, por desgracia, enamoriscado de una bribona. Pero enamoriscarse no es amar. Uno puede enamoriscarse y odiar: acuérdate de esto. Hasta ahora he hablado alegremente. Siéntate a la mesa, cerca de mí, para que yo pueda verte. Tú me escucharás en silencio y yo te lo contaré todo, pues el momento de hablar ha llegado. Pero óyeme: he pensado que aquí hay que hablar en voz baja, porque tal vez anda cerca alguien con el oído aguzado. Lo sabrás todo: ya te lo he dicho. Oye, Aliocha, ¿por qué desde que me instalé aquí, hace cinco días, tenía tantas ganas de verte? Porque te necesito... Sólo a ti te lo contaré todo. Mañana terminará una vida para mi y empezará otra. ¿Has tenido alguna vez en sueños la impresión de que caías por un precipicio? Pues mira, yo he caído de veras... No te asustes... Yo no tengo miedo..., es decir, sí que tengo miedo, pero es un miedo dulce que tiene algo de embriaguez... Además, ¡a mí, qué! Carácter fuerte, carácter débil, carácter de mujer, ¿qué importa? Loemos a la naturaleza.
Necesito desahogarme. Después de haberme confesado con un ángel del cielo, voy a confesarme con un ángel de la tierra. Pues tú eres un ángel. Tú me escucharás y me perdonarás. Necesito que me absuelva un ser más noble que yo. Escucha. Supongamos que dos hombres se liberan de la servidumbre terrestre y se elevan a regiones superiores, o, por lo menos, que se eleva uno de ellos. Supongamos que éste, antes de emprender el vuelo, de desaparecer, se acerca al otro y le dice: «Haz por mí esto o aquello...», cosas que no es corriente pedir, que sólo se piden en el lecho de muerte. Si el que se queda es un amigo o un hermano, ¿rechazará la petición?(..)
Y por todas partes donde Ceres
pasea su desconsolada vista
sólo percibe
al hombre sumido en honda humillación.
Los sollozos se escaparon del pecho de Mitia, que cogió la mano de Aliocha:
‑Sí, Aliocha, en la humillación. Así ocurre también en nuestros días. El hombre sufre sobre la tierra males sin cuento. No creas que soy solamente un fantoche vestido de oficial, que lo único que sabe es beber y hacer el crápula. La humillación, herencia del hombre: tal es casi el único objeto de mi pensamiento. Dios me preserva de mentir y de envanecerme. Pienso en ese hombre humillado, porque soy yo mismo.»Para que el hombre pueda salir de su abyección
mediante el impulso de su alma,
ha de establecer una alianza eterna
con su antigua madre: la tierra.
¿Pero cómo establecer esta alianza eterna? Yo no fecundo a la tierra abriendo su seno, porque no soy labrador. Tampoco soy pastor. Avanzo sin saber hacia dónde: si hacia la luz radiante o hacia la más denigrante vileza. Esto es lo malo: todo es denigrante en este mundo. Cada vez que me he hundido en la más baja degradación, cosa que ha sido casi constante, he releído estos versos sobre Ceres y la miseria del hombre. ¿Pero han servido para corregirme? No. Porque soy un Karamazov; porque cuando caigo al abismo, caigo de cabeza. Y te advierto que me gusta caer así: este modo de caer tiene cierta belleza a mis ojos. Y desde el seno de la abyección entono un himno. Soy un hombre maldito, vil y degradado, pero beso el borde de la túnica de Dios. Sigo el camino diabólico, pero sin dejar de ser tu hijo, Señor, y te amo, y siento esa alegría sin la cual el mundo no podría subsistir.
Pero basta de versos. Déjame llorar, Que todos menos tú se rían de mi tontería. Veo brillar tus ojos. Basta de versos. Ahora quiero hablarte de los «insectos», de esos a los que Dios ha obsequiado con la sensualidad. Yo mismo soy uno de ellos. Nosotros, los Karamazov, somos todos así. Ese insecto vive en ti, levantando tempestades. Pues la sensualidad es una tormenta, y a veces más que una tormenta. La belleza es algo espantoso. Espantoso porque es indefinible, y no se puede definir porque Dios sólo ha creado enigmas. Los extremos se tocan; las contradicciones se emparejan. Mi instrucción es escasa, hermano mío, pero he pensado mucho en estas cosas. ¡Cuántos misterios abruman al hombre! Penetra en ellos y sale intacto. Penetra en la belleza, por ejemplo. No puedo soportar que un hombre de gran corazón y de elevada inteligencia empiece por el ideal de la Virgen y termine por el de Sodoma. Pero lo más horrible es que, llevando en su corazón el ideal de Sodoma, no repudie el de la Virgen y se abrase en él como en los años de su juventud inocente. El espíritu del hombre es demasiado vasto: me gustaría reducirlo. Así no hay medio de que nos conozcamos. El corazón humano, el de la mayoría de los hombres, halla la belleza incluso en actos vergonzosos como el ideal de Sodoma. Es el duelo entre Dios y el diablo: el corazón humano es el campo de batalla. Además, se habla del sufrimiento.Necesito desahogarme. Después de haberme confesado con un ángel del cielo, voy a confesarme con un ángel de la tierra. Pues tú eres un ángel. Tú me escucharás y me perdonarás. Necesito que me absuelva un ser más noble que yo. Escucha. Supongamos que dos hombres se liberan de la servidumbre terrestre y se elevan a regiones superiores, o, por lo menos, que se eleva uno de ellos. Supongamos que éste, antes de emprender el vuelo, de desaparecer, se acerca al otro y le dice: «Haz por mí esto o aquello...», cosas que no es corriente pedir, que sólo se piden en el lecho de muerte. Si el que se queda es un amigo o un hermano, ¿rechazará la petición?(..)
Y por todas partes donde Ceres
pasea su desconsolada vista
sólo percibe
al hombre sumido en honda humillación.
Los sollozos se escaparon del pecho de Mitia, que cogió la mano de Aliocha:
‑Sí, Aliocha, en la humillación. Así ocurre también en nuestros días. El hombre sufre sobre la tierra males sin cuento. No creas que soy solamente un fantoche vestido de oficial, que lo único que sabe es beber y hacer el crápula. La humillación, herencia del hombre: tal es casi el único objeto de mi pensamiento. Dios me preserva de mentir y de envanecerme. Pienso en ese hombre humillado, porque soy yo mismo.»Para que el hombre pueda salir de su abyección
mediante el impulso de su alma,
ha de establecer una alianza eterna
con su antigua madre: la tierra.
¿Pero cómo establecer esta alianza eterna? Yo no fecundo a la tierra abriendo su seno, porque no soy labrador. Tampoco soy pastor. Avanzo sin saber hacia dónde: si hacia la luz radiante o hacia la más denigrante vileza. Esto es lo malo: todo es denigrante en este mundo. Cada vez que me he hundido en la más baja degradación, cosa que ha sido casi constante, he releído estos versos sobre Ceres y la miseria del hombre. ¿Pero han servido para corregirme? No. Porque soy un Karamazov; porque cuando caigo al abismo, caigo de cabeza. Y te advierto que me gusta caer así: este modo de caer tiene cierta belleza a mis ojos. Y desde el seno de la abyección entono un himno. Soy un hombre maldito, vil y degradado, pero beso el borde de la túnica de Dios. Sigo el camino diabólico, pero sin dejar de ser tu hijo, Señor, y te amo, y siento esa alegría sin la cual el mundo no podría subsistir.
Alexandre Cabanel |