Salieron a la calle, mirando hacía atrás, ambas torres en llamas, y no tardaron en oír un fuerte estruendo de derrumbe y vieron humo salir de lo alto de una torre, hinchándose y deshinchádose, metódicamente, de piso en piso, y la torre cayendo, la torre sur hundiéndose en el humo, y de nuevo corrieron. (...) La luz se secó de pronto, el día desapareció. Corrían y se caían y trataban de levantarse, hombres con la cabeza envuelta en toallas, un mujer cegada por los despojos, una mujer llamando a alguien. Sólo quedaban vestigios de luz ahora, la luz de lo que viene después, acarreada en los residuos de la materia pulverizada, en las ruinas de ceniza de algo que fue diverso y fue humano, cerniéndose en el aire arriba. Dio un paso y luego otro, con el humo soplándole por encima. Notó escombros bajo la suela de los zapatos y había movimiento por todas partes, gente corriendo, cosas volando junto a él. (...) No se hallaba a sí mismo en las cosas que veía y oía. (...) Allí era todo estaba, a su alrededor, desprendiéndose, las señales de las calles, las personas, cosas que no lograba nombrar.
Luego vio una camisa cayendo del cielo. Andaba y la veía caer, agitando los brazos como nada en esta vida. Don Delillo, "EL hombre del Salto", Seix Barral, pags. 276-277.
Luego vio una camisa cayendo del cielo. Andaba y la veía caer, agitando los brazos como nada en esta vida. Don Delillo, "EL hombre del Salto", Seix Barral, pags. 276-277.
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