martes, septiembre 11, 2012

Citas. 11 de Septiembre por David Foster Wallace


Visto de forma retrospectiva, la primera señal de un posible shock fue el hecho de que no llamé al timbre sino que entré sin más, que es algo que normalmente uno por aquí no haría jamás. Gracias en parte a las conexiones de su hijo en el sector, la señora Thompson tiene un televisor Philips de pantalla plana de cuarenta pulgadas en el que Dan Rather aparece un segundo en mangas de camisa y con el pelo ligeramente despeinado. (La gente de Bloomington parece preferir aplastantemente las noticias de la CBS; no está claro el porqué). Ya hay aquí otras muchas mujeres de la iglesia, pero no sé si he intercambiado saludos con nadie porque recuerdo que al entrar yo todo el mundo estaba mirando anonadado una de las pocas imágenes de vídeo que la CBS nunca volvió a emitir: un plano muy general de la Torre Norte en el que se veía la retícula de acero desnuda de los pisos superiores en llamas y varios puntos desprendiéndose del edificio y desplomándose pantalla abajo por entre el humo, puntos que luego un repentino acercamiento del plano reveló que era gente con abrigos y corbatas y faldas y con los zapatos cayéndoseles mientras ellos caían, algunos colgando de cornisas o de vigas y luego soltándose, cabeza abajo o retorciéndose mientras caían, y hubo una pareja que casi pareció (es inverificable) que se estaban abrazando mientras caían por todos aquellos pisos y se convirtieron de nuevo en puntos cuando la cámara regresó de repente a un plano general —no tengo ni idea de cuánto tiempo habían durado las imágenes—, después de lo cual la boca de Dan Rather pareció moverse un segundo sin que emergiera ningún sonido, y todos los que estábamos en la sala nos reclinamos en nuestras sillas y nos miramos entre nosotros con unas expresiones que parecían al mismo tiempo infantiles y terriblemente ancianas(....)No estoy seguro de qué más decir. Parece grotesco hablar de estar traumatizado por unas imágenes en vídeo cuando la gente en el vídeo estaba muriendo (...) Lo que aquellas señoras de Bloomington eran, o eso me empezaba a parecer, es inocentes. En la sala había lo que a muchos americanos les parecería una sorprendente y pronunciada falta de cinismo. Por ejemplo, a ninguno de los presentes se les ocurrió hacer ningún comentario sobre el hecho de que era un poco extraño que los tres presentadores de las tres cadenas fueran en mangas de camisa, o considerar la posibilidad de que el hecho de que Dan Rather estuviera despeinado podía no ser del todo accidental, o que la repetición constante de imágenes horribles pudiera no estar teniendo lugar solamente en caso de que hubiera espectadores que acabaran de encender el televisor y todavía no las hubieran visto. Ninguna de las señoras pareció darse cuenta de que los extraños ojos pequeños y apagados del presidente parecían estar acercándose cada vez más entre sí a lo largo de su discurso grabado, ni tampoco del hecho de que algunas de sus frases sonaban idénticas casi hasta el plagio a las que había pronunciado hacía un par de años Bruce Willis (interpretando, recuerden, a un chiflado de derechas) en Estado de sitio. Ni tampoco del hecho de que si ver cómo se desplegaba el Horror resultaba tan profundamente extraño era por lo menos en parte debido al hecho de que algunos planos y escenas eran reflejos increíblemente fieles de las tramas de todas aquellas películas, desde La jungla de cristal 1 a 3 hasta Air Forcé One. Nadie era lo bastante sofisticado como para interponer la enfermiza y obvia queja posmoderna: Esto Ya Lo Hemos Visto. En cambio, lo que hacían era sentirse muy mal y rezar. (...)Puede ser un poco agotador estar rodeado de gente verdaderamente decente e inocente. Ni por un momento voy a sugerir que todo el mundo que conozco en Bloomington es como la señora Thompson (por ejemplo, su hijo, F..., no lo es, aunque es una persona excepcional). Más bien estoy intentando explicar que una parte de lo horrible que resultó el Horror venía de saber, en el fondo de mi corazón, que la América que los pilotos de aquellos aviones odiaban tanto era en mucha mayor medida mi América, y la de F..., y la del pobre y detestable Duane, que la de aquellas señoras.
David Foster Wallace, "La vista desde la Casa de la Sra.Thompson" de la antologia "Hablemos de Langostas" Ed.Mondadori, Barcelona 2001 Si podéis, leed el artículo completo.

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