Cuando tenía unos trece años, a finales del verano, me enfrenté -y digo bien- a "Asesinato de calidad" de John Le Carré. No me gustó. Me asustó, deprimió y lo detesté. Sin embargo, alguna huella de su inteligencia debió quedarme en la mente, porque al verano siguiente lo volví a leer. Y lo devoré de un tirón. Sólo un año de diferencia. El libro era el mismo; obviamente, yo no. Supongo que cada momento tiene su historia y que es un error generalizar. Cosa que hacemos todos. Acabó de leer el "Morse, Lewis y Hathaway", artículo del querido Javier Marías hoy en el Semanal del El País. Lamento no coincidir con él, cosa que sí hago habitualmente. Por desgracia no he visto "Inspector Morse" ni "Lewis". Apuntadas quedan. Pero no entiendo por qué en la defensa de estas series se debe atacar el gusto por otras. De hecho, tampoco he sido seguidora de "The Wire" ni "Breaking Bad", pero sí se que ésta última es una de la series preferidas de una mi más queridas amigas, cuyo gusto respeto y comparto, aunque no siempre -como debe ser-. Y se que las correrías de Walter White la ayudaron e hicieron feliz en momentos difíciles y eso me basta. El tema de ésta, como el de la mayoría de las series de producción USA, es la familia. La familia que no empieza ni acaba en la sangre (ésto proviene directamente de "Supernatural", otra "simplería" que no agradaría al sr. Marías, me temo). No lo esconden. Es como si naciera directamente del ADN de un país de huérfanos. Huérfanos que aman el espectáculo.
Cuando hablamos de series, novelas e historias -da igual el soporte- hablamos de amor. El amor es ciego y estúpido la mas de la veces. Y nos duele. A mí me entusiasmó la primera temporada de "True Detective" y espero con temor y excitación la segunda, que se estrenará el 22 de junio en el Plus. Está llena de referentes pop -cosa que me entusiasma, de horror, vacío y, sin embargo, también de redención y amistad. Es pretenciosa, preciosista y pedante. Como lo es "Hannibal" (tengo grabado a la espera el primero de la tercera temporada) Y las dos me encantan. Porque no sólo lo creíble nos salva. A veces necesitamos el humo y la traca, lo pueril y lo demenciado. Benditos sean.
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