En la mayoría de las series de investigación criminal, la víctima como en la realidad, es mujer. O mujeres, en plural. No es que nosotras no matemos. Es una simple cuestión de estadística. En la ficción, muchas veces, también la que persigue a los verdugos es una mujer. Como para compensar. Alguien fuerte, y generalmente, alguien quien, por carácter o bien conscientemente, parece alejarse de la calidez asociada a lo femenino. Es la encarnación justiciera de la femme fatale, como la Stella Gibson de The Fall o la autoridad austera de la matrona romana a lo Sarah Linden en The Killing.
Por otra parte, (en alguna otra entrada hablaré sobre la habilidad de los directores artísticos sobre lo que a diarios de psicópatas se refiere) los crímenes representados tienen una belleza que cosifica a la mujer-víctima de una forma nada sutil en verdad, pero que nos subyuga a todos y todas ¿o no? Lo truculento como obra de arte. No importa que se argumente que, como la fotografía de esa niña solitaria rodeada de jinetes del Klan en True Detective, la imagen sirva para denunciar la aceptación tácita de la violencia machista. Ese "haz conmigo lo que quieras" es una fantasía masculina que tiene que ver con el poder, poder absoluto sobre otros, que es el que vemos todos los días en las noticias cuando otra mujer es asesinada.
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