Desde casi el principio del milenio en el mundo anglosajón y, por extensión globalista, en el resto de los países del llamado Primer Mundo, hoy, tercer domingo de Enero es el Blue Monday, el lunes azul, el lunes triste, de hecho, el lunes más triste del año.
Fue el psicólogo Cliff Arnall, de la Universidad de Cardiff en Gales, quien habría llegado a definir una fórmula matemática que podía determinar y establecer ese lunes como día más triste del año. Primero, por ser lunes, después por el clima, el frio, la lluvia, la falta de luz de un invierno que aún tardará en acabarse, junto al fin de las vacaciones navideñas y la falta de expectativas de nuevos recreos en breve, sumados a las deudas dejadas por los festejos forman, al parecer, la conjunción perfecta para desmotivarnos, entristecernos y hacernos, quizás, desear ser osos en plena hibernación. Por supuesto, cono los demás días de la semana que han sido coloreados, sólo es un reclamo comercial. Siempre hay algo que comprar que te sacará la sonrisa. Con las ofertas correspondientes.
Sin embargo, si todos sabemos que los lunes, todos lo lunes de vuelta al trabajo, a las clases, a cualquier rutina obligada, son pesados, ¿qué decir de los domingos por la tarde? La angustia existencial, la acedía inmisericorde de las tardes de domingo podrían constituir un tópico literario o cinematográfico por méritos propios. Pero al parecer, las tardes dominicales no tienen más potencial comercial que los picoteos para el partido o las maratones de series... y tampoco color. Ya es un síndrome
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