Ya hace algún tiempo -aunque la queja se repite a menudo-, escuché en la tertulia de Hora 25 críticas al uso del móvil en los transportes públicos. Conversaciones ajenas e incluso conciertos, tonos, politonos, juegos.... Vale. Estamos de acuerdo. Entonces Carlos Carnicero, refiriéndose a los -que como yo misma- van siempre con los auriculares puestos, argumentó que la gente simplemente no sabía estar sola, ni pensar. Que era algo que se había olvidado. Como si nos hiciera falta el silencio sepulcral de una cueva de anacoreta para poder reflexionar, o enfrentarse a uno mismo. Puede ser. Pero, ¿acaso no buscamos también intimidad en ese aislarse en la banda sonora de nuestra elección? ¿O es mejor, como mi querido Felipito decía, cargar con los oídos puestos para escuchar los problemas de ulcera de la vecina de asiento? A lo mejor el señor Carnicero nos quiere a todos callados, mirando a la nada, en plena meditación... Aunque cierto silencio sería de agradecer, no nos gusta estar solos, es cierto. Pero yo, como muchos, puedo concebir ideas, escribir mentalmente, recordar, evaporarme sobre las notas en pensamiento con, por ejemplo King of Leon en mi Mp3-como ahora-, mientras mi cuerpo ejecuta en primer plano aquello por lo que le pagan. Es mi burbuja transparente.
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