Cuando aparcaba esta mañana, un trabajador de los servicios de limpieza del Ayuntamiento de Valencia limpiaba con un aspersor aceras, contendedores y papeleras... Como yo salía del coche, muy amablemente me ha advertido que tuviera cuidado porque el viento podía empujar parte del líquido hacía mí, y no es precisamente gel limpiador. Le he dado las gracias de corazón. Iba completamente protegido, lo que me consuela mucho dada la carencias de EPIs que pueden resultar trágicos.
El día ha sido desapacible, sí, feo. Y muy agobiante en el trabajo. Imprescindibles, nada reconocidos y avasallados por los que llaman. Cuando volvía, me ha rebasado, más ominosa que nunca, una ambulancia del SAMU, sin sirena, pero con las luces. Se metido en Mislata y me he sentido vergonzosamente aliviada al persignarme. No se dirigía a mi casa.
Por otra parte, últimos toques para que finalmente mi servicio pueda teletrabajar y colaborar, así, en el esfuerzo común de confinarse en casa y evitar el aumento de la curva de contagio. Tarde de pruebas en casa. Nerviosa. Porque aunque la buena noticia es que justamente el número de contagiados desciende, no así el número de fallecidos y no parece que estemos más cerca del final que ayer.
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