Los tímidos no tienen menos amor propio que los arrogantes. Acaso tengan más o, si se quiere ver de otra manera, más sensitivo. Por eso es por lo que temen y se guardan de no zaherir a los demás; no porque la estima que sienten hacia ellos sea mayor que la sentida hacia los insolentes y los osados, sino para evitar las propias heridas, teniendo cuenta el extremado dolor que reciben con cada ofensa.
No creo que honra mucho, no sé si referirme a los hombres o a la virtud, el que en todas las lenguas civilizadas, antiguas y modernas, las mismas palabras significan bondad y tontería, hombre de bien y hombre sin valor. (...) Constante juicio de la multitud y contradicción del lenguaje con el razonamiento, constantemente disimulado, es que nadie, que pueda elegir, elige el ser bueno: los tontos son buenos porque no pueden ser otra cosa.
La raza humana y , sólo con excepción del individuo, una mímina porción de ella, se divide en dos partes: unos que hacen uso de la prepotencia y otros que la padecen. Y como no hay ley, ni fuerza alguna, ni progreso de filosofía ni de civilización que pueda impedir que hombre nacido o por nacer no pertenezca al bando de los unos o de los otros, se deduce de ello que quien pueda elegir que elija. Aunque la verdad es que ni todos ni siempre pueden hacerlo.
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