Parecería, por la reacciones a la noticia, que o bien nos ha pillado desprevenidos (una vez más) o bien preparados en demasía, casi ansiosos, dada la violencia despiadada de los ataques al Gobierno: El paro registra el peor mes de la historia con 302.365 desempleados más. Quizás, por mi trabajo, yo ya sabía que pese a las medidas de protección al empleo, las empresas estaban no sólo despidiendo, sino no renovando contratos. Eso sin contar a aquellos y aquellas que trabajan en negro y que, víctimas del confinamiento por el COVID19, no pueden ir a sus lugares de trabajo (empleadas/os del hogar por ejemplo), han dejado de cobrar y se han dado de alta pese a no haber cotizado. Lo terrible de la situación no debe hacernos olvidar el número de fallecidos, sin embargo. Hemos superado los diez mil fallecidos... Algunas Comunidades Autónomas han superado el pico de contagios, que sigue reduciéndose. Esa la única buena noticia de hoy. Todo lo demás es tristeza, pese al momento feliz y solidario de los aplausos que nos reúnen cada día las ocho de la tarde en ventanas y balcones... Con que aparente facilidad nos hemos acostumbrado a esta rutina gris avasalladora de malas noticias, encierro, mascarillas, distanciamientos y mamparas, y que difícil es calcular con certeza el coste en salud mental que este desastre tendrá sobre nosotros.
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