y luego está el sentido del humor y no temer al ridículo. Porque no nos hemos vuelto flemáticos. Quizás algo menos catetos o algo más asustados ... Ir a la farmacia, ir al supermercado con una mascarilla construida con un paño de cocina y dos gomas elásticas, según explicó un general norteamericano con bastante más gracia que yo para las manualidades. Protegida no se, no contagiosa, tampoco, pero molesta, con las gafas empañadas y mucho calor, eso seguro, y la gente ni miraba ni dejaba de mirar. Supongo que incluso lo agradecía, porque ha calado ya la idea de que la mascarilla es para no contagiar más que para evitar contagiarse.
Y calor, desde luego, porque el día brillaba y la primavera está ya aquí y empieza ya hacer calor. Calor de verdad.
Siempre he pensado que yo sería la que mejor llevaría el confinamiento. Y así es. Pero cuando echo de menos rutinas que ahora se han convertido en una odisea. Como imprimir un documento o ir a la peluquería.
Pero luego están las pequeñas preciosas cosas, como los vecinos que desde su balcón han soplado pompas de jabón durante los aplausos de esta tarde. Esferas brillantes a la luz que atardecer.
Pero luego están las pequeñas preciosas cosas, como los vecinos que desde su balcón han soplado pompas de jabón durante los aplausos de esta tarde. Esferas brillantes a la luz que atardecer.
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